A medida que proliferan nuevas tecnologías, los neurocientíficos buscan los factores del cerebro asociados a la violencia. Las neurociencias podrían servir para absolver a individuos de su culpabilidad por actos que han cometido pero también pueden culpar a personas de actos que no han cometido... pero que podrían llegar a cometer. El neuroderecho tiene un gran desafío por delante.
El quiste del señor Weinstein
Cuando los historiadores del futuro traten de identificar el momento en que las neurociencias empezaron a transformar el sistema jurídico estadounidense, acaso apunten a un caso de principios de los años 90 que recibió poca atención. Se trata del caso de Herbert Weinstein, ejecutivo de publicidad de 65 años que fue acusado de estrangular a su esposa, Barbara, y luego, en un intento de hacer que el asesinato pareciera suicidio, arrojó su cuerpo por la ventana de su apartamento de un duodécimo piso, en Manhattan.
Antes de que empezara el juicio, el abogado de Weinstein insinuó que a su cliente no debería hacérsele responsable de sus acciones debido a un defecto mental; a saber, un quiste anormal alojado en la membrana aracnoidea, que rodea el cerebro como si fuera una telaraña.
Las implicaciones de esta declaración eran considerables. De acuerdo con las leyes estadounidenses, las personas son penalmente responsables a menos que actúen por coacción (cuando alguien les pone una pistola en la cabeza, por ejemplo), o si padecen de un serio defecto de racionalidad. Pero si se sufre de ese serio defecto, a la ley generalmente no le importa por qué... si se debe a una infancia infeliz, a un quiste aracnoideo, o a ambas cosas.
Insinuar que los delincuentes pueden ser disculpados porque su cerebro los obligó a cometer el delito parece dar a entender que cualquiera cuyo cerebro no funcione correctamente puede ser absuelto de toda responsabilidad. Pero como todas las conductas son provocadas por el cerebro, ¿no significaría esto que todas las conductas pueden ser potencialmente disculpadas?
En el caso de Weinstein, la fiscalía parecía temer que el solo hecho de exhibir imágenes de su cerebro en la corte influiría en el jurado. Convino en permitir que Weinstein se declarara culpable a cambio de un cargo reducido de homicidio imprudencial.
Hoy, las pruebas derivadas de las neurociencias tienen un efecto revolucionario en los juicios que entrañan pena de muerte. Los abogados normalmente piden imágenes del cerebro de los acusados que han sido condenados, y alegan que un daño neurológico les impidió controlarse.
Los impulsores del neuroderecho dicen que las pruebas neurocientíficas tendrán un gran impacto no sólo en las cuestiones de la culpa y el castigo, sino también en la detección de mentiras y en los prejuicios ocultos, y en la predicción del comportamiento criminal. Los escépticos temen que el empleo de la tecnología de la exploración cerebral como una especie de superdispositivo para la lectura de la mente sea una amenaza para nuestra privacidad y nuestra libertad mental.
¿El fin de la responsabilidad?
En efecto, debido a que el uso de los resultados de la imagen por resonancia magnética funcional (IRMf) se vuelve cada vez más común en los tribunales, podría pedirse a los jueces y a los jurados que establecieran fronteras nuevas y a veces preocupantes entre los cerebros “normales” y los “anormales”. Rubén Gur, profesor de psicología de la Escuela de Medicina de la Universidad de Pensilvania se especializa precisamente en eso. Es el autor de una declaración jurada que recibió mucha difusión, según la cual los adolescentes no son tan capaces como los adultos de controlar sus impulsos porque el desarrollo de las neuronas de la corteza prefrontal no termina hasta los veinte y pico de años.
Con base en esa declaración jurada, se pidió a Gur que colaborara en la preparación de uno de los informes presentados por neurocientíficos y otros en Roper contra Simmons, el célebre caso en que una Suprema Corte dividida anuló la pena de muerte para los criminales que hubieran delinquido antes de los 18 años.
El principal informe del neuroderecho, presentado por la Asociación Médica Estadounidense y otros grupos, argumentaba que como “los cerebros adolescentes no están plenamente desarrollados” en las regiones prefrontales , los adolescentes son menos capaces que los adultos de controlar sus impulsos y no hay que responsabilizárseles completamente “de la inmadurez de su anatomía neuronal”.
Cuando los historiadores del futuro traten de identificar el momento en que las neurociencias empezaron a transformar el sistema jurídico estadounidense, acaso apunten a un caso de principios de los años 90 que recibió poca atención. Se trata del caso de Herbert Weinstein, ejecutivo de publicidad de 65 años que fue acusado de estrangular a su esposa, Barbara, y luego, en un intento de hacer que el asesinato pareciera suicidio, arrojó su cuerpo por la ventana de su apartamento de un duodécimo piso, en Manhattan.
Antes de que empezara el juicio, el abogado de Weinstein insinuó que a su cliente no debería hacérsele responsable de sus acciones debido a un defecto mental; a saber, un quiste anormal alojado en la membrana aracnoidea, que rodea el cerebro como si fuera una telaraña.
Las implicaciones de esta declaración eran considerables. De acuerdo con las leyes estadounidenses, las personas son penalmente responsables a menos que actúen por coacción (cuando alguien les pone una pistola en la cabeza, por ejemplo), o si padecen de un serio defecto de racionalidad. Pero si se sufre de ese serio defecto, a la ley generalmente no le importa por qué... si se debe a una infancia infeliz, a un quiste aracnoideo, o a ambas cosas.
Insinuar que los delincuentes pueden ser disculpados porque su cerebro los obligó a cometer el delito parece dar a entender que cualquiera cuyo cerebro no funcione correctamente puede ser absuelto de toda responsabilidad. Pero como todas las conductas son provocadas por el cerebro, ¿no significaría esto que todas las conductas pueden ser potencialmente disculpadas?
En el caso de Weinstein, la fiscalía parecía temer que el solo hecho de exhibir imágenes de su cerebro en la corte influiría en el jurado. Convino en permitir que Weinstein se declarara culpable a cambio de un cargo reducido de homicidio imprudencial.
Hoy, las pruebas derivadas de las neurociencias tienen un efecto revolucionario en los juicios que entrañan pena de muerte. Los abogados normalmente piden imágenes del cerebro de los acusados que han sido condenados, y alegan que un daño neurológico les impidió controlarse.
Los impulsores del neuroderecho dicen que las pruebas neurocientíficas tendrán un gran impacto no sólo en las cuestiones de la culpa y el castigo, sino también en la detección de mentiras y en los prejuicios ocultos, y en la predicción del comportamiento criminal. Los escépticos temen que el empleo de la tecnología de la exploración cerebral como una especie de superdispositivo para la lectura de la mente sea una amenaza para nuestra privacidad y nuestra libertad mental.
¿El fin de la responsabilidad?
En efecto, debido a que el uso de los resultados de la imagen por resonancia magnética funcional (IRMf) se vuelve cada vez más común en los tribunales, podría pedirse a los jueces y a los jurados que establecieran fronteras nuevas y a veces preocupantes entre los cerebros “normales” y los “anormales”. Rubén Gur, profesor de psicología de la Escuela de Medicina de la Universidad de Pensilvania se especializa precisamente en eso. Es el autor de una declaración jurada que recibió mucha difusión, según la cual los adolescentes no son tan capaces como los adultos de controlar sus impulsos porque el desarrollo de las neuronas de la corteza prefrontal no termina hasta los veinte y pico de años.
Con base en esa declaración jurada, se pidió a Gur que colaborara en la preparación de uno de los informes presentados por neurocientíficos y otros en Roper contra Simmons, el célebre caso en que una Suprema Corte dividida anuló la pena de muerte para los criminales que hubieran delinquido antes de los 18 años.
El principal informe del neuroderecho, presentado por la Asociación Médica Estadounidense y otros grupos, argumentaba que como “los cerebros adolescentes no están plenamente desarrollados” en las regiones prefrontales , los adolescentes son menos capaces que los adultos de controlar sus impulsos y no hay que responsabilizárseles completamente “de la inmadurez de su anatomía neuronal”.
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